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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ella

El viento arrancó las hojas allá lejos, y aquí viene a dar la muerte a mis pies.
Detrás de las montañas, más allá de las tierras negras y llanas del sur, escucho su cantar como suspiro; viento, frío, lluvia.
El otoño en la ciudad es como Ella; tímida, helada, fúnebre; pero enamora, enamora como sus ojos, como sus ojos y sus labios enamora.


Y como sus manos toca, como sus dedos delicados acaricia.
El otoño es Ella en mil ocasiones distintas y otras mil que son iguales; Ella es el otoño, con cada hoja rojiza salpicada de muerte arbórea, cada calle a medio congelar, cada giro y recoveco citadino, cada estación de metro y parada de autobús; Ella es así, dinámica, misteriosa, ambigua y hasta ilógica.


Es como el dulzor de las mañanas, como la nostalgia de las tardes.
Es vida, esperanza, y a al vez muerte y desolación.
El otoño es como Ella.
Ella es el otoño, y la ciudad su cuerpo apenas.


Y Ella enamora como enamora la ciudad, como enamora con sus colores el otoño; Ella en pulcra perfección vive, como vive en muerte la vida, como muere en vida la muerte; Ella es gris y de muchos colores.
Ella es simplemente Ella; la ciudad la envidia.
Y el otoño le hace reverencia.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Actualidades III - Narcoimprovisado (o Último Amor)

Ahí estabas tú, dormida.
Tu respiración acompasada, sedante, dulce; y ahí estaba yo, mirándote.
Me levanté discretamente, intentando no hacer ruido.
Ahí seguías tú, casi inerte, casi etérea, casi desnuda, los cabellos casi enmarañados.

No hice mucho por mi, mas que tomar las prendas que yacían en el piso.
Tomé mis anteojos, mis zapatos y el reloj que me regalaste; dejé mi invariable cadena de plata, como sutil regalo, encima de la nota que observaba sobre la mesa de noche.
Para cuando salí serían las seis de la mañana.

Por la calle el frío corrió por mi espalda y de regreso, pero después me llenó la satisfacción de saber que tú tendrías mi abrigo entre tus brazos, como otro recuerdo más de mi efímero paso por tu habitación.
No hay manera de explicar la noche, el perfume de tus labios, el brillo de tu cuerpo al contraste con la tenue luz de la lámpara fuera de la ventana, donde se contoneaban las ramas del nogal que siempre te dio pavor.
No pueden las palabras describir el derroche, el vino, el suave olor de tu piel, las tímidas sonrisas, el atrevido mordisqueo, la felicidad, la luz, la oscuridad siquiera; no es humanamente posible describir la culminación de todos estos años de enamoramiento.

Ahí estabas tú, de nuevo en mi mente.
Ahí estaban tus risas, tus burlas; ahí estaban las clases de preparatoria, las salidas de universidad, el casi beso la noche de graduación; ahí estaban tus labios, aquellos que siempre quise.

Para cuando estaba lejos escuché tu nombre.
Las letras que más amo las encontré en cada sílaba de aquél suspiro, en cada curva de tu cuerpo, en cada vez que me miraste y mordiste tus labios.
Y yo lloraba, lloraba como nunca antes había llorado.
Porque el otoño acababa con tímidos resoplidos, porque el autobús mermaba su marcha a cada semáforo, porque la ciudad es cada vez más caótica; porque no te tendría de nuevo, amiga, hermana, amante.

Por donde pasaba te recordaba, y más ahora que a vista de águila podía ver tu apartamento desde aquel desfiladero tercermundista que muchos llaman hogar; para cuando llegué a mi destino no podía hacer más que mirar al horizonte, buscándote a la sombra de las montañas, entre los rayos de sol que entre las nubes se cuelan en manchas, manchas de vida, de muerte.
Ahí estabas tú, entre mis lágrimas, entre mis recuerdos.

Grité tu nombre al viento, pero no me respondiste. Aún así, sabía que ahí estabas.
No me preguntes cómo sucedió, pues ni yo lo sé, de pronto mi alma no pudo más, y cuando lo quise parar tenía el cañón del revólver apuntando a mi sien.
Ahí estabas tú, llorando por mi, soy un cobarde.

Cuando me di cuenta era tarde, nunca te volví a ver, nunca te volví a abrazar, a besar, nunca repetimos esa noche, esos días, esos paseos y nuestras risas; pero el que juega con fuego termina con plomo.
Cuando el disparo resonó en la anchura de la cordillera de casas a medio construir, yo sólo pude sollozar, decir tu nombre y pronunciar con un hilo de sangre la última confesión: Te Amo.



lunes, 21 de noviembre de 2011

Actualidades II - La unión H

Como prólogo a este relato, el autor quiere primero aclarar dos cosas (la primera y la segunda):

  1. Esta entrada surge de un trabajo realizado para la clase denominada Bases Psicosociales de la Conducta, y no estaba prevista.
  2. Aunque la serie Actualidades está basada en cosas que se suceden en un contexto real, esta entrada queda tristemente en el terreno de la ficción, aunque el autor de este blog confía en que las leyes su amado México pronto contemplen la unión civil entre homosexuales; también espera en que no suceda lo que a continuación se relata...
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El Gobierno Federal lo proclamó un día de sábado, para el domingo ya estaba aprobado en el cabildo neoleonés.

En unos meses la Unión H, como la llamaba el común de la gente, se hizo popular y cobró validez real.
Ana Cavazos y Victoria Ramírez fueron las primeras en todo el Estado Libre y Soberano de Nuevo León en contraer matrimonio civil, el mundo entero pensó que Apodaca abría su mente.

Todo iba bien para las esposas, si es que la guerra presidencial puede dejar lugar a la comodidad.
Cuando paseaban por Santa Lucía eran la sensación de las demás parejas homosexuales, quienes aún temían a lo que sucedería si ellos también siguieran su ejemplo.

Claro, la vida para una pareja recién casada no es fácil, nunca lo es, y menos si la pareja vive en un barrio netamente conservador; alguna vez, escudándose en una procesión religiosa, un delincuente arrojó una piedra a su casa, con la que hirió a Ana.
Otra vez, al automóvil de Victoria le rayonearon con clavos palabras como Puta, Engendro y Antinatural.
Y así sucedía cada hora, semana y mes, con rastros cada vez menos sutiles de odio.

Por razones que no vale la pena relatar (una de las más graves fue el incendio), terminaron en alguna colonia vieja de San Nicolás, sabían que si bien los ancianos juzgaban, al menos no podrían hacer mucho daño en su senil existencia.

Para cuando se aprobó la enmienda a la ley de la Unión H, el matrimonio había vivido dos años felizmente junto.
La felicidad aumentó al escuchar el fallo en Nuevo León: "Y queda acordado que, como complemento a la ley 354, o ley H, los derechos de las uniones civiles entre homosexuales incluirán el de la adopción..."

Desde aquél día, Ana y Victoria comenzaron a juntar el dinero suficiente para adecuar una habitación para la pequeña Roberta, nombre que habían decidido que tendría su futura hija.
Comenzando con la cocineta a la que quitaron los filos, siguiendo por el detector de humo y la rampa en la entrada para la carriola; la cuna y la decoración violácea, la ropa pequeña. Para cuando fueron a solicitar algún permiso, ellas ya tenían cubiertos los requisitos.

El día elegido fue un martes de octubre.
Se presentaron en el centro de adopción (Regio, lo llamaban) del que habían sacado información los meses anteriores.
En el escritorio estaba aquella señora que las veía con cara de asco, pero que estaba destinada a sólo hacerlas pasar con la Trabajadora Social.
La pequeña Roberta estaba en una delicada cuna, dormida, aquél día.

Faltando unos cuantos días para que se consumara la adopción, una fatal llamada perturbó a Ana.
Era la Trabajadora Social con malas noticias: los padres biológicos reclamaban a su hija de vuelta.
Tras una serie de peleas jurídicas, el juez falló a favor de los padres reales; ese día Victoria no dejó de llorar en el hombro de su esposa.

Cuando se presentaron al centro de adopción para recoger la papelería que les regresaría, las recibió la secretaria con una sonrisa burlona; la Trabajadora Social no estaba, así que ella les dio todos sus documentos, con todo y el sarcasmo.

"Gracias", susurró a medio sollozo Victoria a la secretaria.
"Eso pasa", contestó la vieja que más bien parecía espantapájaros, "sobre todo si son cosas como ustedes", sonrió.
Ana aguantó las ganas de golpearla y sacó como pudo a Victoria.

Tiempo después, unos días apenas, una nota sonaba en los periódicos.

"Monterrey, N.L.
 Cerca de las tres de la mañana fue detenida la familia López García, a quienes se investigaba por el presunto robo de un auto en la zona poniente de Monterrey. Al ser investigada su vivienda se dio con el cuerpo sin vida de una menor cercana a los dos años, al parecer hija del matrimonio, quien les había sido devuelta del centro de adopción Regio, en donde la habían dejado al cuidado del Estado. Al ser cuestionada Marlene García, madre de la menor y cómplice del asesinato, acerca del motivo de su acción, ella contestó que no querían a la niña, pero que la reclamaron como suya al enterarse que iba a ser adoptada por un matrimonio de lesbianas, esto lo lograron gracias a la ayuda de la secretaria del centro de adopción ya citado, quien es buscada por facilitar información confidencial [...]"
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Si les gustó, pásenlo a sus amigos, por favor, no a la discriminación. 

sábado, 12 de noviembre de 2011

Actualidades I - Los del montón

De pronto todo fue frío.


No es que hubiera esperado algo más, no es que mantuviese la esperanza; no es que aquella voz dulce hubiera muerto años atrás, cuando niño.
Era difícil explicar el sentimiento; de pronto todo fue frío.


Las luces se agolparon en sus ojos, ciegos.
Sus mejillas abandonaron lentamente el rubor, secas.
Un golpe seco, sus manos soltaron aquella vara que tímidamente tomara minutos antes.
El rostro desencajado, la mirada perdida.
Llueve, llueve sobre sus párpados.


Una mancha vela su mirada, mientras toda visión se alarga y la calle termina en túnel.
De pronto todo fue frío.
Siente el hierro chocando y oye apenas los ruidos sordos, los golpes.
Cree de pronto escuchar a una mujer llorar.
Su nombre, su nombre no importa, nunca lo tuvo.


En su vida no hubo vida, nunca.
Sólo podía pensar en sus pecados, el más grave era existir.
Al tocar el suelo de pronto todo fue frío.


El hilo de sangre de entre sus labios borraba el último dejo de inocencia.
No había más allá, sólo un punto muerto; muerto como él.
Lágrimas y gotas de plomo.
Un alma liberada.
Sus labios eran sonrisa.


De pronto todo fue frío, y al día siguiente, en el comunicado del Presidente, lo contaban entre los del montón.

martes, 8 de noviembre de 2011

Imagine, lector...


Imagine, lector, que sueña.
Imagine que yace plácidamente en su cama, debajo de una suave tela que lo protege y lo arrulla; afuera está fresco, no mucho como para incomodarse, pero lo suficiente para tiritar, es de mañana y usted siente el sutil abrazo de los almohadones y el olor de las sábanas recién lavadas.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine que en sueños se levanta, imagine que toma la ropa que más le gusta y entra a la regadera; imagine que un golpe tibio, ligero, recorre su cuerpo, muriendo las gotas de agua en su piel y resbalando por el piso hacia el pequeño desagüe.
Imagine, lector, que tararea mientras sueña.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine la gélida brisa que eriza su piel al contacto; imagine que viste rápidamente, intentando cubrir su desnudez.
Luego del obligado ritual matutino, imagine, lector, que sale de casa; ha desayunado, se ha lavado bien y ha tomado su mochila, en la que carga toda su vida, todos sus anhelos, sus recuerdos, sus deseos.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine que toma el colectivo. De costumbre, va lleno.
Parada, parada, parada, semáforo, parada, semáforo; vuelta. Baja.
Nuevo colectivo, esta vez metro. De costumbre, va a reventar.
Estación, estación, estación, mientras disfruta del paisaje, estación, estación, estación; transborda, línea dos, estación, estación, estación. Baja.
Imagine, lector, que camina.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine el barullo de la gente caminando por la calle. Uno que otro empujón, imagínelo también.
Imagine que, como persona civilizada, voltea a ambos lados antes de cruzar, no significando, claro, que quede a salvo su vida; imagine aquel maldito taxi que siempre va en sentido contrario justo cuando usted pasa. Cálmese.
Imagine que el día es inusualmente entretenido.
Nada de tópicos extraños, ni siquiera existe algo de lo que hablar.
Imagine, que es feliz mientras no dice nada, y la brisa da de lleno en su cara, imagine un suspiro ahogado, una sonrisa ininteligible, poco clara.
Imagine que sigue caminando por el pasillo, mientras las cosas parecen perder motivo, razón, existencia.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine que de pronto ve al amor de su vida.
Viste de blanco, imagine, su cabello suelto, río de oscuridad, fluye por su espalda, imagine. La mira por un pequeño instante, suficiente para que ella clave sus ojos en los de usted.
Imagine, lector, que la ama.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine una neblina a su alrededor. Al de ambos.
Imagine los pasillos desdibujándose, al viento de la mañana conteniéndose; imagine, lector, un murmullo cada vez más quedo, más lejano.
Imagine, lector, que sonríe; imagine, también, el júbilo al ver devuelta la sonrisa.
La multitud que rompe con la estética se aleja, usted lo hace también; ella viene detrás.
Otro colectivo, uno sin nombre, sin ruta, sin motivo aparente.
Imagine, lector, que confía.
Imagine, lector, que sueña.
Imagine sus ojos, oscuros, vivos, seductores, inocentes; imagine su rostro reflejado en sus pupilas.
Imagine, lector, sus manos; suaves, pequeñas, limpias, blanquizcas, más por la neblina; imagine, lector, que tiemblan.
Sus pasos son azarosos, su andar lento; usted, imagine, le ayuda a poner un pie en la pequeña escalinata que conduce al interior del desértico colectivo.
Imagine sus pies ligeros, su andar cuidadoso; imagine un suave, un ligero, un apenas perceptible, olor a flores. Igual de sutil, está su sonrisa en sus labios pequeños.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine que sus dedos se rozan en un intento por mantenerse de pie, mientras buscan el asiento apropiado. Como por acuerdo silente, no sugerido, han resuelto sentarse juntos.
Imagine, lector, que su corazón da tumbos dentro de su pecho, queriendo salir y declamar la más fina poesía que jamás hubiera imaginado que supiera.
Un leve, dulce, viento surca sus pulmones, mientras intenta ocultar el inevitable suspiro, ahogándolo con una sonrisa. Lector, está completamente perdido. Lector, está completamente enamorado.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine que apenas puede sostener la mirada ante sus ojos, estrellas.
Imagine lector que el blanco lo atrapa, lo retiene, pensativo, mientras la ciudad corre afuera, tan indiferente como todos los días.
Imagine, lector, que la abraza. Imagine, lector, que se deja abrazar.
Acomoda apenas su rostro sobre el cuello de usted, cerca del hombro; imagine, lector, que se reclina levemente sobre su cabeza, de la que fluye esa dulce seda nocturna, que por donde pasa deja el rastro de un olor a flores inconfundible.
A lo lejos canta el parque, con sus corredores que serpentean entre los árboles, con la vigila eterna de los antiguos  faroles redondeados, con sus niños, correteando, cantando, viviendo; afuera hay vida, fresca y despreocupada; adentro hay vida, cálida, nerviosa; adentro hay latidos, pausados, acelerados, luego coordinados. Luego nada.

Imagine, lector, que sueña.
Imagine la suave caricia de sus palabras sin voz.
Imagine el movimiento de los labios de ella, de sus palpitaciones en su interior; imagine su leve sonrisa acentuada por la inexistencia de maquillaje alguno; imagine, lector, que sueña.

Imagine, lector, que sueña.
Sus ojos se pierden en los de ella.
Imagine que sonríe como correspondiendo.
Imagine, lector, que sueña.
Muerde sus labios queriendo morder los de ella. Imagine, lector, que se acerca sin tiempo a su rostro; imagine que de pronto todo se apaga.

Imagine, lector, que sueña.
Que sólo están ustedes dos, usted y ella, y la neblina, no olvide la neblina.
Imagine, lector, que un viento gélido lo enmudece, lo alienta.
Imagine, lector, que sueña, que todo cuanto sabe, cuanto ha vivido, se reduce a ese instante; imagine que se acerca cálidamente, quedamente, mientras dibuja en sus mejillas caminos sólo para usted.
Sus labios también huelen a flores, a flores y a perfumes.

Imagine, lector, que despierta…

martes, 1 de noviembre de 2011

Ramiro -Del Día de Muertos-

No, no es que sienta alguna fijación con la muerte.

Estoy aquí sentado, sí, frente al enorme camposanto, esperando que la gente se disperse un poco; hoy han enterrado a dos afortunados.
Afortunados, sí, eso son, porque no cualquiera se muere el mero día dos de noviembre. Vaya que México es un país extraño. 

Allá va la última carroza, andando con pena; a ese sí lo conocía, un tal Juan del Prado, todos le decían El Tuerto, porque le faltaba una mano -mal chiste, lo sé-.

Atardece con sopor, como siempre lo ha hecho por estos lares, el Sol mismo parece un vivo yéndose a dormir, la Luna, la poeta, es el muerto, que regresa a beber hasta hartarse.

"¡Ramiro!"
"Mande usted, abuela"
"Anda a acarriar los chivos, pa' que los muertitos no se tropiecen en su camino a la casa"
"Sí, abuela"

No, no es que tenga alguna fijación con la muerte; es que siempre me ha gustado.
Mi mismo padre me lo enseñó, el Tata, le decían todos, brujo de los buenos, de esos que no en cualquier pueblo se hayan.

Se oyen repicar las campanas de la Iglesia, se llama a la última misa del día de hoy, luego de eso se cierra el templo hasta la mañana siguiente.
Un padre nuestro mientras cruzo la puerta a reventar de almas en pena vivas, para después ir a donde se encuentran las muertas; los chivos nomás me siguen.

"¡Ramiro!"
"Mande usted, abuela"
"Córrele a trair las cempasúchil pa'l altar, que ya se vienen las Lloronas y los veladores"
"Sí, abuela"

Vaya Catrinas las Lloronas.
Visten de morado, como siempre; allá viene la de rojo, toda pintarrajeada, como para hacer más mitote.
Sea de cada quien, me gustan sus vestidos y sus sombreros de ala ancha decorados de flores de papel que con lluvia parece que lloran. Hoy no hay lluvia, ya será pa'l próximo año.

No, no es que posea alguna fijación con la muerte, simplemente, no sé, hay algo que me atrae a ellas.
Nadie parece notar que los chivos me siguieron.
Una Catrina me divisa y pela bien los ojos, parece como entre sorprendida y emocionada.

"¡Ramiro!"
"Mande usted, abuela"
"Pásame el champurrado y un tamal de dulce, que los muertos sólo lo probamos una vez al año"
"Sí, abuela..."